Clase mezquina

En estos días de Mobile World Congress y huelga de transportes, se ha armado cierto revuelo tras conocer el sueldo anual de los empleados del metro de Barcelona: €33.000 anuales.

Antes de reaccionar, pongamos la cifra en contexto.

El alquiler promedio en Barcelona ciudad es de €960 mensuales. Los expertos desaconsejan destinar más de un tercio del sueldo neto a la vivienda. Haced cuentas: con un solo sueldo de €33.000 al año, un trabajador debería gastar como mucho €700 al mes, lo que en esta ciudad supone vivir en pisos pequeños, viejos o alejados. Eso sin contar las facturas: la luz ha subido un 80% en los últimos diez años, y tenemos las conexiones a Internet más caras de Europa. Si tienes niños pequeños, hay que sumar una guardería que no baja de 300 o 400 euro al mes. Y así con todos los demás gastos que permiten montar una familia sin la ayuda de los padres.

¿Se sobrevive con €33.000 anuales? Por supuesto. Y con menos. Ahora bien, ¿se puede vivir con comodidad y ahorrar en una de las ciudades más caras de España ganando esa cantidad? No. Hay que renunciar a vacaciones, cenas fuera y otras amenidades que solemos asociar a la clase media, esa quimera que pertenece a eras olvidadas. Vivimos de todas formas en un país donde la mitad de la población no puede permitirse una semana de vacaciones al año y en que un 40% no puede afrontar gastos imprevistos. Eso es pobreza, sin más. Pero también es normalidad, en el sentido de que es el nuevo promedio, la nueva vara de medir.

Me comentan que muchos de los que han atacado a los empleados de TMB son licenciados como yo -de los que España no tiene escasez-. Muchos no llegan a mileuristas. Irónicamente, ingresos de 1.200 euro mensuales son los que la Universidad Autónoma de Barcelona sugiere para cubrir los gastos de un estudiante de grado, lo que deja presuponer que un profesional debería ganar bastante más. Pero en lugar de aspirar a algo mejor y pelear por ello, como hacen los empleados de TMB, los críticos del Twitter, los indignados, arrastran a todos hacia abajo, y no se sabe si es por cansancio, envidia o pura mezquindad.

Mientras, los licenciados aceptamos trabajar gratis. Quizá los gilipollas seamos nosotros.