Maniquí

¿Habéis estado al lado de un maniquí alguna vez? No delante, sino al lado, detectando su tez leñosa y pálida por el rabillo del ojo, en el silencio acolchado de un almacén. Su inmovilidad es vibrante, nerviosa. Tus neuronas esperan a que ese simulacro de persona empiece a moverse de un momento a otro. No lo hace. Se halla en un dinamismo contenido, aprisionado.

Así me siento ahora. En un almacén de maniquíes, siendo maniquí yo mismo.

Podría pensar que esto que escribo es un monólogo, que nadie debería estar leyéndome – cuando sé que no es así. Prefiero dejar que las certezas se tambaleen, e imaginar que quien me lee es como un gato de Schrödinger: ahora te leo, ahora no. Ahora absorbo tus pensamientos, ahora no.

Ansío que me dé igual.