Realpolitik 1.0

Hagámos un experimento. Un cómosellame especulativo. Un salto en el tiempo.

Año 20XX: los ordenadores semánticos son una realidad. La capacidad de procesamiento llega a límites insospechados (computación cuántica), y aparecen las primeras máquinas capaces de pensamiento autónomo y comprensión de la realidad, auténticas inteligencias artificiales, como Turing manda. Ciencia ficción, obviamente. Pero sirve para plantear el problema hipotético.

Resulta que en las elecciones presidenciales de un país cualquiera un partido presenta como candidato una IA. Un programa de gestión política conectado a un simulador de aspecto humanoide que aparece como una simulación 3d en una pantalla o en un holograma (o en lo que se use en el año 20XX para representar la información – es irrelevante). Un programa capaz de sopesar en tiempo real todos los múltiples problemas del país y darle una solución coherente, fría, analítica.

Las ventajas serían obvias: un político perfecto, sin ambición, sin pulsiones orgánicas, sin una imagen pública vulnerable, incansable, inagotable, capaz de una concentración constante durante 24 horas. Sólo necesitaría electricidad, refrigeración y alguien que administrara su hardware y lo vigilara. Un político de tal guisa no sentiría la necesidad muy humana de pasar a la historia con nombre y apellidos: se limitaría a cumplir sus mandatos. Las elecciones se llevarían a cabo entre casas de “software ideológico” que presentarían las versiones mejoradas y depuradas de sus nuevos políticos y ministros electrónicos.

¡Vota John Smith 11.3: hemos mejorado las subrutinas de afabilidad y el cálculo de riesgos geopolíticos!

Obviamente las instrucciones vendrían dadas del exterior. Tendríamos un magnífico ejecutor, pero un pésimo improvisador de nuevas soluciones, pues una máquina no tiene motivación*, a menos que sea totalmente autónoma, lo cual es indeseable. Se materializaría ante nuestros ojos el über-burócrata. El político que, por otro lado, sería totalmente transparente a las preguntas de políticos y ciudadanos. Rizando el rizo, obtendríamos una instancia del presidente electrónico en cada casa, en cada oficina. El presidente electrónico sería una especie de Gran Hermano omnipresente, la entera burocracia en un sólo procesador.

Skynet trabajando para Hacienda. Glups.

Por otro lado uno se pregunta cuáles podrían ser los fallos conceptuales de semejante idea. Dejemos a un lado la factibilidad de construir una inteligencia semántica basada en el silicio; ¿qué emergería de una inteligencia de ese tipo? ¿Tendría sueños? ¿Ambiciones? ¿Sentiría a lo mejor deseos que nosotros no comprendemos? ¿Aprendería por su cuenta, como una enorme red neuronal artificial, o bien sería un Google autoconsciente? ¿Qué tendría el político electrónico que no tiene el político basado en el carbono?

Quizá el político basado en el carbono resulte menos amenazador. Más vulnerable, y por lo tanto más deseable. Sujeto a error, y por lo tanto simpático. Un modelo en el que pudieran inspirarse todos los ciudadanos, a diferencia de lo que ocurriría con el político basado en el silicio. Un político de carne y huesos es mortal, derrocable, y por lo tanto más fácil de destituir que el político electrónico. El político electrónico sería imperturbable, predecible, aburrido incluso. Sería imposible saber lo que está… maquinando. A menos que alguien leyera su registro interno.

Queda además por aclarar si una moderada ambición, ese sentimiento emergente de nuestra naturaleza animal, es o no un rasgo beneficioso para un político. Pensémoslo: un político se mueve básicamente por el poder. Un político quiere gustar a las masas, con lo que es posible que esté más atento a la sensibilidad del ciudadano. Cosa que un software político sería incapaz de hacer, o haría mucho peor, al ser un inepto en términos de emociones y de empatía (por ahora). Se supone que la democracia se fundamenta en la igualdad entre todos los ciudadanos: si en el gobierno tenemos un presidente electrónico con capacidades cognitivas divinas, pasamos de la democracia a un tecnocracia de facto.

¿Qué opináis? ¿Político de silicio o de carbono? ¿O ambos?