Simulación de Arte Moderno

pemba

Entre 1927 y 1928, Ivan Roprovich Lazlo, conocido como “Pemba” en el círculo artístico Kransnoyarska, trabajó intensamente en la obra que puede apreciarse en la fotografía. Este lienzo sobre papel de características únicas, cuadriculado, hecho con lápices de colores y bolígrafo azul, se llama “Congoja” (o, en húngaro, “Skarakakflr”). Su creación y posterior traslado al museo de arte moderno de Londres fueron eventos emocionantes, recogidos a posteriori en la biografía más conocida del pintor, “Pemba, o gênio incompreendido” de Joao Soares do Nascimento, catedrático de pintura dadaísta en la universidad de Brasilia. Hoy en día la obra se halla expuesta en el museo de El Prado de Madrid, después de haber sido adquirida por cien millones de dólares en Christie’s.

Comparable en intensidad dramática al “Grito” de Munch, esta obra de Pemba se puede enmarcar en un contexto de grandes cambios socio-culturales y políticos. Atraído por el marxismo, luego por el anarquismo, y finalmente por el alcoholismo, Pemba se movió a principios del siglo XX en los círculos expresionistas de Copenhague, en perenne búsqueda del “yo-no-yo” y del dinero para llegar a fin de mes. Después de una breve visita en París, capital bohemia por excelencia, se cuenta que el Pemba exclamó: “Este sitio apesta como una cloaca” (en húngaro, “Yeeech!”). Desilusionado pues por la vanguardia francesa y por el cubismo español, se decantó por la pureza estética del arte japonés – camino ya seguido por ilustres artistas, como Vincent Van Gogh y otros. También se decantó por la absenta.

Las leyendas afirman que Pemba escogió el papel cuadriculado como soporte debido al gran precio de los lienzos en Budapest, pero otros consideran que la elección de la cuadrícula tiene una clara dirección semántica, simbolizando la prisión de la vida cotidiana, la lucha por el devenir y la obsesión científica por clasificar y trocear la realidad. Un pequeño grupo de críticos ignorantes han sugerido que la obra de Pemba no es más que una falsificación, dibujada por su hijo menor Ignaz: tales especulaciones carecen totalmente de fundamento, pues todas las características de la obra, desde el trazo sucio pero firme, hasta la elección cromática, indican una madurez artística y un propósito renovador propios de un intelectual del calibre de Pemba, criado culturalmente en el seno de la Ünterwasser.

La descripción de la obra merece un cuidado especial: una figura antropomorfa azul, tal vez un monje, o una campesina austriaca, llora y mira hacia el infinito, paralizada por la presencia de un pequeño ratón pensativo de cola enroscada. El cielo blanco, típico del Este de Europa, es aquí elemento anestésico y liberador, pero también inductor de sentimientos depresivos. Es un cielo hecho nube, o una niebla blanca, una nieve espesa que no deja entrever nada, ni sol, ni estrellas, ni azul. El prado verde, esa rica extensión de estepa llamada Puszta, es el suelo sobre el cual se lleva a cabo el desenlace. El pequeño ratón, mira con sus ojitos azules el rostro de la figura azul, y su mirada es fija y dura, sin compasión. Los estilizados movimientos de su pequeño cuerpo gris, sacudidas vitales de movimiento figurado, son tenues pero constantes. La cola naranja, de fuego, está enroscada como un interrogante existencial.

La figura azul está paralizada: sus grandes y exagerados bigotes de campesina austro-hungárica, parecidos a un pentagrama torcido de una marcha fúnebre, se conectan en un rostro pálido y blanco, de marfil, sin ya sangre en las venas. La boca, reducida a una finísima línea quebrada como el relieve de los Alpes de Austria, esconden un grito reprimido y auténtico. La pequeña nariz roja parece sostener la mirada vítrea y llena de terror ambiguo, de la cual cae una lagrima perfecta, estilizada, propia de esas Vírgenes que poblaban las iglesias de la infancia de Pemba – ¿quizá una crítica al catolicismo imperante en la Hungría pre-soviética?

Manos y pies reducidos a meras pelotitas de nieve, verdadera metáfora de la impotencia del proletario y del campesino, pierden luego protagonismo en favor de la diminuta cola roja, panfleto leninista hábilmente ocultado por Pemba en el círculo rojo (recuérdese al respecto el simbolismo de los cuadrados rojos de Malevich). Lo más importante, sin embargo, y he aquí lo que otorga a la obra un peso extraordinario, es el collar rojo con cascabel, posible critica trotskista a las líneas oficiales del Soviet; ¿es, pues, el ratón gris una encarnación de Lenin? La postura de crucifixión histérica de la figura azul, ¿acaso representa una protesta extrema de una intelligentsia católica en neto contraste con la iconoclastia leninista? ¿Y esa barriga blanca, agujero en el estómago del proletario asustado?

Nadie lo sabrá nunca. Pemba murió en un accidente doméstico, hiriéndose gravemente con una cuchara de madera.